El permiso para matar en nombre de la seguridad
No se trata de una legalización del homicidio “en cumplimiento del deber”, el propósito es hacer propaganda política apelando a la misma maldita dualidad que viene matando a nuestro pueblo desde los principios de la historia.
Y como siempre se utiliza una lógica donde se mezclan mentiras con verdades para alcanzar un razonamiento que se muestra como aceptable para la tan manipulada opinión pública, pero que en secreto colabora con intereses que pocas veces salen a la luz.
De ninguna manera un juez podría convalidar como causa de justificación una ejecución de pena de muerte por la espalda decidida en forma intempestiva por un policía, más allá de que siempre escuchamos voces que denuncian la existencia de jueces que también aportan a la injusticia en sintonía con la política, o viven hipnotizados en la dualidad.
Pero el drama está todavía más adentro. Subyace bajo la piel de muchos un sentimiento de superioridad respecto del otro, que distorsiona la verdadera imagen de nosotros mismos y nos reduce en conciencia como seres humanos.
“El otro es distinto, es peligroso, es menos”. Esa idea se esconde detrás de esas estrategias publicitarias que siempre apuntan la división de las personas. Es la clave del negocio de los que lucran con las grietas.
Es cierto que tanto la población civil como la policía tienen claro que en Argentina existe el azar de no regresar a casa. Que solo se sienten un poco más seguros esos que viven en un encierro custodiados como si fueran una mercancía valiosa. Pero es clave saber que la seguridad se logra trabajando contra la exclusión, la pobreza, y las carencias de salud y educación. Y la prueba se encuentra en todos los libros de historia del mundo, que están ahí para recordar a la humanidad que la violencia no puede nunca solucionar el desastre de la violencia.
El caso es que mientras los que gobiernan completan su agenda tanto con acciones distractivas como con operaciones de bandera falsa, hoy asistimos a otro zarpazo irresponsable del poder punitivo que seguramente persista hasta costar vidas inocentes, o logre que la violencia escale hasta niveles impensados.
Los gobernantes que se creen nuestros dueños nos están diciendo otra vez que cerremos los ojos mientras nos guían hacia ese mundo donde el derecho de propiedad se ha vuelto más importante que el derecho a la vida.
No hay mucho más que decir sobre esto, quizá confiar en que se dicte rápido la inconstitucionalidad de una resolución ministerial viciosa.
Mientras tanto solamente quisiera que me escuche la policía.
Es hora de darse cuenta adonde está el verdadero enemigo, el que organiza el odio de pobres contra pobres, el que impone prioridades que producen dolor y angustia a todo un pueblo, al que el policía pertenece y allí dentro también sufre.
La vocación de servicio tiene que saber detectar al ser humano entre las caras de la multitud que aparece con la etiqueta de “enemiga”. Allí está el compañero de banco de la niñez, el amigo de tus hijos, la nieta de tu vecina, el que sueña con un mundo en paz y hasta el desesperado abandonado por todos.
Hemos venido a esta existencia a evolucionar y a dejar un mundo mejor para nuestros hijos y nietos. Por lo tanto no es necesario participar de esta agenda de violencia y destrucción. Ninguno de ustedes tiene la obligación de cumplir órdenes injustas, ni de colaborar en una estrategia de propaganda, ni de darle la razón a quienes cuando diseñan la seguridad los piensan como material descartable.
Estas personas miopes están desesperadas por el poder, no por el bienestar de la sociedad. Es por eso que nos quieren enfrentados y muertos de miedo y de muerte.
Salgamos de este mal sueño a encontrarnos con los demás seres humanos.
Es un primer paso de los muchos que hay que dar.